HORIZONTE




Caminar decía el poeta. Caminar al horizonte.

Desde donde surge todo y donde todo se ha perdido al caminar.
Caminar...
caminar.

Caminar perdido. Caminar sin suerte. Caminar cabeza en suelo, por la inercia del gris muerte.
Caminar.
Caminar...
caminar.

Caminar sabiendo nada, tras creer saberlo todo.
Sin saber porqué camino con alma descolorida, por la gama de tristezas
que van tiñendo en mi espalda, el puñal de ésas respuestas que no sé, tras caminar
y caminar...
y caminar.

Caminar ya con el hueso de tobillos desgarrados. Con la inercia del que nace para aguantar lo inaguantado. Con la esperanza de acampar con la paz tarde o temprano.
Caminar.
Y aguantar.
Aguantar.
Y caminar.

Hasta que llego al horizonte y de repente,
miro hacia arriba y hay señal de que amaneces.
Como el poeta en su día ya escribió,
el horizonte de luz nueva se tiñó.

Para teñir caminos, 
teñir presente, 
teñir puñales de colores,
con tu cuerpo que amanece desde el mar.
Y caminar contigo. 
Caminar de frente.
Caminar cabeza en cielo, por la inercia del gris suerte.
Caminar.
Caminar...
¡¡caminar!!

...

Y no escuchar. Te.


Y parar. Me.
Y girar. Me.

Y gritar.

Y asustar. Me.

y buscar. Te.

y gritar. Te.

Y esperar.

Y esperar.

Y aguantar.

A G U A N T A R .


Y avanzar con la inercia del gris muerte,
mientras el poeta me recita suavemente:
“Yo sólo quiero volver a ser un niño.
Un niño pequeño.
para poder llorar por fuera y no por dentro.”








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