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Mostrando entradas de 2015

GENTE TEÑIDA

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"Hay gente teñida de mares. Gente que nada. Gente que a(braza). Gente que h(ola). Gente que flota. Hay gente teñida de luego. Gente que espera.  Gente que a(guarda). Gente (mañana).  Gente, que tarde."

HAGO LO QUE PUEDO

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  Por fin he reunido las fuerzas. Por fin se han alineado todos los planetas. Por fin es el día del inicio de mi nueva vida. He escrito una lista de buenos propósitos y, por fin, los cumpliré todos: Voy a empezar mi dieta el lunes y no acabarla el martes. Voy a ir al gimnasio... y hasta voy a apuntarme. Voy a dejar el alcohol y el café (y a pesar de esta resaca de hoy, recordaré mañana que ayer ya los dejé). Dejaré de darle tanto valor al dinero (total, no tengo). Meditaré para encontrar en el centro, y no en los extremos, mi equilibrio. Y no rezaré a Dios, por si acaso, cuando esté perdido. Desearé a la lista antes que a la guapa. Amaré a la buena antes que a la mala. Voy a mantener la mirada a una desconocida hasta que sea ella quien la aparte. Hasta que sea ella la que luego se diga a sí misma: «Cobarde». Me ganaré la vida, por fin, solo como artista...

MADRIGUERA (PARA “ALICIAS”)

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Poema basado, de forma muy personal, en Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll. «Debes, debes, debes. Corre, corre, corre. Debes, corre, debes, corre, debes, corre. Cae, cae, cae...». Sigo refugiado en mi madriguera. Tengo miedo. Me asusta la vorágine que escucho ahí fuera. El torpedeo en minuteros. La locura sin cabezas. No quiero salir. Quiero seguir al calor de este hogar. Al cuidado de un ritmo vital y sosegado. Observar desde esta distancia esa marabunta de tumbas que retumban creyendo ser seres vivos en plena jauría de inercias y espejismos. En plena vorágine de: «Debes, debes, debes. Corre, corre, corre. Debes, corre, debes, corre, debes, corre. Cae, cae, cae...». Tengo miedo. Intento taparme los oídos, pero en posición fetal es aún más contundente su : «Tic, tac, tic, tac, tic, tac». Sigo refu

SIN PALABRAS

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Te pido que me dejes sin palabras... y me hablas. Me cuentas historias rizadas en rizos, que surgen de esa mente tuya tan tan construida, siempre tan altiva, tan tan compulsiva, como un ataque de pánico apagando un incendio. Te miro. Intento retener lo que yo y tú no en ti he visto. Lo que desprendes, simplemente, al respirarte. Al desarmarte sin querer Cuando, sin querer, bajas la guardia. Lo que eres, simplemente, sin palabras. Me embeleso en eso. Pero siempre, antes de que pueda perdurarte, le exiges de nuevo a mi cerebro que escuche al tuyo, describiendo cuán encastillado grado de retórica ha alcanzado. Y tras semejante disertación engreída, me miras. Como si me hubieras dejado sin palabras. No. No es eso. Lo que te pido no es que me muestres cuántas capas de espesor has absorbido para resarcirte