CONSEGUIR LA MITAD



Fui un niño tímido.

Adolescente aún más tímido

y adulto viajero de la ruta entre la seguridad extrema y el miedo al rechazo.

Me volví especialista en conseguir

la mitad

de lo que deseaba.

Y de soñar en bucle en el día en que conseguiría la plenitud.

Siempre otro día.

Siempre otro día.

Siempre otro día.

En los bares bailaba y hablaba con todas las personas

que me importaba una mierda que pudieran rechazarme...

y por eso, a mi seguridad, pocas veces la rechazaban.


Pero con quién realmente me impactaba, practicaba el inmovilismo.

Se abría un abismo entre mis pies y mi pecho

y era incapaz de avanzar cada vez sin impactar contra el vacío.


He crecido y sé que en esta cuenta atrás,

la vida se cuenta por los momentos en que nos quedamos sin aliento.

Los momentos que no se pueden llenar de nada más

porque no hay materia que cubra las explosiones internas.


Hoy,

vuelve mi conflicto viajero, porque,

seas quien seas,

has aterrizado ahí delante

desprendiendo, sin saberlo,

más del doble de la mitad de lo que anhelo.

Ahí delante.

A un sólo paso de acercarme.

A un sólo paso de cruzar el abismo y saltar por encima del vacío.

A un solo "no" de no morir sin intentarlo.


La vida es para intentarlo, joder, para intentarlo.

Porque mil "nos" me habrán hecho sentir rechazado

pero un solo "sí" me habrá hecho sentir inmortal.

Dejar de vivir a medias.

Saber que puede llegarme la muerte y no me encontrará entre el rebaño.

Saber que desde el inicio de los tiempos el hombre en busca de sentido

sólo lo encontró, al poder aunar sus seis sentidos,

aunque fuera un simple instante.


Pero mi miedo está tan cómodo en tierra de nadie,

que sigue conformándose a veces, sólo con mitades.

Y aquí estoy hoy, sólo con oído, vista, olfato... contigo ahí delante.


Pues el tacto se esconde en mis bolsillos.

Y el sabor se refugia en una celda tras mis dientes.

Y el sexto sentido me empuja con decisión hacia una magia, que mi timidez no entiende.


Me empuja hacia el abracadabra, el conjuro de luna de sangre que me advierte

que puedo tardar otro siglo hasta encontrarte, si no doy ya un maldito paso hacia delante.

Que si no lo doy,

puedo perder la risa,

puedo perder nuestros viajes,

puedo perder nuestros futuros hijos

(y todos los intensos intentos anteriores constantes),

puedo perder nuestros incendios en cama,

puedo perder mi forma de volar y la tuya de aterrizarme,

puedo perder cada paseo de manos entrelazadas,

puedo perder arrugas que nos ha traido el viento

y el recuerdo de aquello que tal vez un día olvidaremos.

Puedo perder todas las noches abrazados sabiendo

que no hace falta nada más para que añadamos nuestro testamento, a la inmortalidad.


Y en ese momento, 

mi adulto seguro le dice a mi adolescente tímido

que llegó el momento de que él tome las riendas.

Que madurar es dejar que las heridas 

dejen una alerta constante pero ni una sola víctima.

Éste cambia la mirada y avanza con orgullo, 

dispuesto a liberar a todos sus esclavos del Antiguo Egipto, 

sin necesidad de varas mágicas.

Mira, escucha,huele, toca, saborea y su sexto sentido le dice:

 “Abracadabra”

Y avanza.

Avanza.

Avanza.

Avanza a través del abismo.

Avanza llenando el vacío.

Y se planta.


Y ella, la que jamás entregaría la mitad de lo que es, 

porque se lanza a los cuellos cual hiena y se entrega a la vida cual tormenta,

ella, responde a tu: “¿Cómo te llamas?” con un: “Vete a la mierda”.


Y en ese momento, 

tu adulto viajero fracasa en el intento de ser quién nunca fue

y tu sexto sentido te recuerda que entiende sólo de intangibles.


Pero tu tímido adolescente

 sabe que ha ido más allá de lo que sus miedos jamás le hubieron permitido. 

Asume el golpe y recuerda ese paseo lleno de vida 

entre el punto de partida y el punto de naufragio.

Ese trecho,

 ese camino, 

ese momento 

es lo que nos llena totalmente de sentido.


La vida es para intentarlo, joder, para intentarlo.

Para anhelarlo todo y encajar los golpes.

Para saber agradecer el poder tener la mitad de lo que siempre deseamos

y soñar con que un día volveremos a avanzar, 

hacia la plenitud,

completamente decididos

 sin tan siquiera importarnos el poder o no conseguirlo.




Salva Soler, 2016


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