MIEDO




Sentir el miedo:
Como si fuera el frío.
Como si fuera el aire.
Como si fuera ruido, sonido,vorágine.
Como si fuera un padre.
Como si fuera un sueño.
Como si fuera cumbre, mareo, sosiego.
Como si fuera
la calma, la nada, el silencio, los pasos, el juego, el ardor, el deseo,
las horas, los celos, el hola, el desvelo.

Sentir el miedo en
miradas, reflejos, caídas, mentiras, cuidados, recelos, noticias, llegadas, salidas, caminos, deseos, choques, en los huesos...

llevar el miedo.
Como una cultura.
Como un mandamiento.
Como la sangre nutriendo la célula,
recorriendo las venas,
llenándolo todo,
como se llena el cerebro de una tabla rasa con falsos preceptos.
El miedo
del soldado que llevamos dentro,
 entrenado para ser cobarde
y seguir una orden
en vez de seguir un anhelo.
O sentir una duda.
Y mirarla de frente.

Mirar al miedo:
Como quien mira a un hijo.
Como quien mira un trébol.
Como quien mira rendija en mitad de un espejo.
Como quien mira a otro lado.
Como quien mira injusticia.
Como quien mira abrazo, rechazo, presbicia.
Como quien mira a distancia,
para apenas rozar con los ojos:

la calma, la nada, el silencio, los pasos, el juego, el ardor, el deseo,
las horas, los celos, el hola, el desvelo...

Hasta ser el miedo,
pero negar el serlo.
Para caminar de espaldas a nuestro propio epicentro.
Para reafirmarnos ciegos.
Para centrar nuestra mirada en el velo
del miedo:
al cambio, a la diferencia,
a lo desconocido, al extranjero
al “qué dirán”, al no ser “normal”,
a perder el trabajo y no a perder la vida.
Miedo
a salir de los límites
del olor a cerrazón
de la libertad en autodescomposición,
miedo al sexo sin protección,
al sexo como protección,
miedo a la acción,
al condón,
rompiendo el futuro
o matando erección.
Miedo al movimiento,
al más más, más...
más miedo, más miedo,
más...
miedo.
A salir de casa.
Miedo al robo en vez de a la alarma,
tras otra alarma,
tras otra alarma
tras otro...
Miedo
a la guerra diaria,
al que me defiende, 
al que me ataca, 
a la propia desconfianza.
Miedo al poderoso.
Miedo al indigente.
Miedo al negro si no viste de Armani.
Miedo al árabe si no viste de yanqui.

Miedo a ser el refugio de un corazón roto.
A que te toque el corazón un refugiado.
A que te llene de empatía el desamparo
y al final llenarte de
hielo.

Hielo al futuro.
Hielo al pasado.
Hielo a perder los recuerdos y perder el sentido.
Hielo a recordar lo sentido y perder (aún más) lo perdido
Miedo a helarte.
Miedo al arte.
Miedo escénico.
Miedo al que se esconde en un libro y no en un escenario.
Miedo al que se esconde en un escenario y no tras un libro.
Miedo al que se enconde de otros por miedo a sí mismo.

Miedo como sinrazón
desde que tienes uso de razón,
¡¡MIEDO!!

Miedo al “¡ya!”

Miedo al “ya no”

( miedó, miedó, miedó...)

Miedo
a ese (mierda) que llama al resto “cobardes”,
pero aprendió el coraje cruzando un alambre forrado en colchones
y se cree tan valiente
que presume de crear
fuego
tras esperar a que fuera otro el que rompiera el
hielo.
Hielo.

Hielo camuflado en: 

la calma, la nada, el silencio, los pasos, el juego, el ardor, el deseo,
las horas, los celos, el hola, el desvelo.

Camuflado en:
miradas, reflejos, caídas, mentiras, cuidados, recelos, noticias, llegadas, salidas, caminos, deseos, choques, en los huesos...

¡miedo,
a romper cada bloque de hielo!
¡A reventarlo todo hasta empezar de cero!
Miedo a vencer el ruido ensordecedor de cada deseo
chocando contra la placa tectónica del terror tras cada “no puedo”.
Miedo
 a resistir, avanzar, sobrevivir con todo ese vértigo,
con todo ese amor que llevamos dentro
que no es más que un boomerang que sólo regresa
si nos aferramos al vuelo
en vez de aferrarnos a él, para no perderlo.

Y todo ese vértigo, vértigo, vértigo 
es el miedo
 a de una vez por todas, 
decirle al miedo:
 “te tengo”
Y que él responda:
“te entiendo”. 
 


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