ME DICEN QUE NO GRITE



Me dicen que no grite.
Que no grite...

Qué sabrá el que me dice que no grite
de la distancia que había entre mi océano
y el primer bote salvavidas.
Qué sabrá. Qué sabrá.

Qué sabrá el que nació en la costa y
y no en el centro del tsunami.
El que se asentó en la orilla e hizo del mar simple vista.
Qué sabrá de cómo cada uno aprende a pedir auxilio tras naufragar.
Qué sabrá. Qué sabrá.

Qué sabrá sobre cómo el resto aprendemos a chapotear.
A la contra de todas las corrientes.
Qué sabrá de las fuerzas que nos restan.
De la fragilidad de nuestros brazos.
Qué sabrá de cuán alto hay que gritar para que alguien,
a pesar del oleaje,
a pesar de la tormenta,
a pesar de rayos, de centellas,
a pesar de la distancia,
a pesar del ruido de barcos mercantiles,
a pesar de la oscuridad enmudeciendo al mismo mar,
nos pueda, simplemente, escuchar.

Qué sabrá de las ganas de vivir que hay que tener para tras cada alarido ausente de eco,
arañar las fuerzas necesarias,
arañar la resistencia necesaria,
desgañitar la esperanza necesaria...
para volver a gritar.

Qué sabrá. Qué sabrá.
Qué sabrá y quién será para juzgar.

Que no grite dice. Que no grite.

Pero qué sabrá el que me dice que no grite,
de la distancia que había
entre mi océano y aquél primer bote salvavidas.
Y qué sabrá de los que siguen desgarrándose la voz a la deriva,
estrellándose contra oídos sordos en las piedras.
Qué sabrá de cuán importante es no domesticar también el grito.
Tanto por los que siguen en el mar
como por los que hoy ya dejaron de flotar.
Qué sabrá. Qué sabrá.

Qué sabrá de cuán alto hay que gemir cuando nosotros somos uno
y hay que arrancarle al mar piedad.
Qué sabrá.
 
Y qué sabrá de la rabia.
De la rabia contenida.
De la rabia de sentir día tras día la injusticia.

De la rabia acumulada tras resistir día tras día
sin aliento, sin chaleco, sin destino,
sin abrazo, sin caricia, sin cobijo,
sin manta, sin rumbo, sin estrella.

Qué sabrá de los efectos colaterales de haber sobrevivido
tras haber visto a los tiburones acercándose,
con sus colmillos ya en tu sangre.
Qué sabrá del castigo de tener polizones en los huesos
y que se quiebren de agonía,
de incomprensión,
del juicio ajeno del que no sabe lo que es, éste mi océano
y yo, mordiéndome la lengua desde niño para no molestar
a los que repartían ínfimas migajas
del más precario auxilio.
Y yo, mordiéndome la lengua
en vez de hacer que a su maldita voz domesticada
se le revuelvan la entrañas
hasta entender lo que se siente en otra carne.

 Y yo, mordiéndome la lengua desde niño,
a pesar de que lo único que siempre me ha quedado ha sido el grito.
Que lo único que no han podido arrebatarme ha sido el grito.
Que lo único que ha mantenido la paz en este infierno ha sido el grito.

Que no grite dice. 
Que no gritemos dice.
Qué sabrá...
Qué sabrá.








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